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Baltasar Brotons

29-06-2020


Baltasar Brotons

Conocí a Baltasar Brotons en los primeros días de 1989. Yo estudiaba entonces cuarto de carrera en la Universidad de Alicante (Geografía e Historia) y andaba a vueltas con un trabajo que me había encargado el inolvidable Juan Manuel Del Estal, profesor de Historia Árabe Peninsular. Este trabajo, titulado “Huellas de al-Andalus en la España actual”, me llevó a consultar un sinfín de bibliografía y, en la medida de mis posibilidades, a ponerme en contacto con todas aquellas personas que me pudieran ayudar a culminarlo. Había oído hablar de Baltasar y conocía alguno de sus libros; además, era primo hermano de mi abuelo materno, Diego García, cuya familia poseía tierras en el antiguo Magram, como he apuntado en alguna ocasión. Conociendo su figura y trayectoria, pronto consideré a Baltasar como un interlocutor válido para ayudarme en mi tarea y contarme costumbres y tradiciones del Camp d’Elx, depositario de tanta historia y de tantos saberes ancestrales.


En vísperas de la festividad de los Reyes Magos me armé de valor y lo llamé por teléfono. Extremadamente amable -siempre lo fue; estar a su lado suponía no solo disfrutar de su magisterio, sino de unos modales impolutos-, me emplazó a vernos al día siguiente en su casa de Algoda. Y allá que me fui, un 4 de enero, subido en un taxi -yo no conducía aún- que me dejó en el punto kilométrico indicado. Me recibió su mujer, Vicenta, con la que conversé unos minutos, hasta que apareció Baltasar. Iniciamos nuestra conversación y, al quedarme yo mirando un diploma enmarcado que colgaba de la pared, comenzó a hablarme de su viaje a la URSS y de su vinculación con la Asociación Alicantina de Periodistas y Escritores de Turismo, hilando un tema tras otro, de forma que pasó casi una hora antes de que, por mi parte, acertara a explicar más en detalle el motivo de mi visita... Y me ayudó, ¡vaya si me ayudó! Me explicó cómo era el Camp d’Elx en el pasado; me habló de historia, me contó historias y me regaló los libros que había escrito hasta entonces, casi todos sobre agricultura, pocos aún en comparación con los que, andando el tiempo, publicaría, también sobre otras temáticas. Y me los dedicó, faltaría más, como siempre hacía en sus inolvidables presentaciones en público. Como quiera que se hizo de noche y yo tenía que volver a la ciudad, le pedí por favor que me dejara llamar a otro taxi. Sorprendido, pensando que había llegado hasta su casa en mi coche, se ofreció a acercarme en el suyo, un espléndido Renault 6, creo recordar de color granate, con el que me dejó -cargado de libros- junto a la iglesia de San José.


Lo traté más veces y siempre procuré acudir a los actos que organizó, así como a los homenajes que, merecidamente, se le prodigaron. Fue un hombre familiar, cercano y entrañable, culto y sensible, implicado y preocupado por la suerte de la agricultura, del campo y sus moradores. Una persona con la que también tuve la suerte de compartir, años más tarde, alguna mesa redonda sobre el Museo Escolar de Puçol, del que fue un ferviente defensor y con el que siempre colaboró, incluso, publicando artículos en las páginas de El Setiet.


Autor: Rafa Martínez, director del Museo Escolar.

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